Llevamos semanas viendo como casi a diario se generan en Twitter polémicas que se propagan a los medios de comunicación y llenan páginas y minutos de información en prensa, radio y televisión. Como sucede en la naturaleza cuando los incendios son intencionados, estas polémicas suelen tener varios focos que complican su extinción. Detrás de cada una de ellas, suele haber una o varias personas que persiguen objetivos muy concretos. ¿Cuántos de estos bulos son realidad? ¿Cuántos se basan en conocimiento, experiencia o simplemente en sentido común? El hecho es que Twitter funciona así. Son pocos los tuiteros que analizan o contrastan la información. Simplemente quieren formar parte del juego y contribuyen a difundir lo que sea. Es la necesidad de aceptación, de formar parte del grupo, lo que lleva a actuar de esta forma.
No me corresponde a mi decir si esto es bueno o no. Es sencillamente una exposición de una realidad que todavía no sabemos manejar. Una herramienta de comunicación en tiempo real que bien usada, es muy eficiente pero por desgracia, no siempre es así.
Lo que realmente me preocupa es que lo que se difunde por Twiter no sea cuestionado, analizado y contrastado antes de saltar a los medios de comunicación. La velocidad que se exige a los periodistas, obliga a los profesionales a saltar sin red muchas veces, olvidando que en su código deontológico, contrastar las fuentes es tan importante como cuidarlas y protegerlas.
Con la irrupción de las redes sociales, que convierten a cualquier persona en informador, los periodistas sólo podemos ponernos en valor siendo más pulcros que nunca en respetar lo que hemos aprendido. Siendo rigurosos, veraces y contrastando la información antes de publicarla. Si entramos en el juego del todo vale, perderemos nuestro valor diferencial. Dejaremos de ser periodistas y seremos tuiteros. Y los tuiteros, no cobran. Esperemos que nuestra profesión no acabe devastada por un incendio provocado en Twiter.